El Elefantito de la Pedriza (Manzanares El Real, Madrid)

El Elefentito

El Elefantito es de las peñas más reconocibles de la Pedriza, con su trompa, su orejota y su abultada frente.

Peñas zoomorfas (o sea, con forma de animal) hay unas cuantas en la Pedriza: el Pájaro, el Caracol, la Tortuga, la Foca, el Camello… Pero ninguna tan perfecta como el Elefantito, cuya viveza es tal, que no parece haber sido labrada al azar por la erosión, sino por un escultor prehistórico o un montañero con dotes artísticas y mucho tiempo libre. La senda que lleva hasta este Dumbo de granito es una de las más bellas de la Pedriza y de toda la sierra de Guadarrama.

Hay lugares que nos transportan a la luz del alba de la humanidad, que nos incitan a mirar como aquella vez primera en que un hombre vio en las ondulaciones del techo de la cueva de Altamira la exacta disposición de una manada de bisontes, en la constelación de Cáncer un cangrejo o en el nubarrón estival un desfile de todas las bestias lanudas del orbe. Uno de esos lugares es la Pedriza del Manzanares.

Esculpidos por doquier en el granito de la Pedriza, vemos caracoles y tortugas, pájaros y cochinos, focas y camellos, dinosaurios y cocodrilos que nos revelan a la naturaleza como una artista diestra y fecunda, modelo y musa de sí misma. Se objetará que son obras azarosas, hijas de la chiripa y huérfanas de propósito. Pero no cabe duda de que responden a un método de trabajo. Y es que la naturaleza, actuando sobre la piedra berroqueña con la cuña del hielo y el pulimento del agua, no difiere mucho del escultor que se enfrenta a una roca informe sin una idea determinada, dejándose llevar por las vetas y fisuras hasta dar con la forma más sugeridora.

Viendo el Elefantito, que sin duda es la escultura más perfecta de cuantas decoran la Pedriza, cuesta creer que, además de un método material, no exista una secreta intención, una arcana voluntad que maneja las formas repetidas como una especie de código o de guión. Puede que en esta peña no haya arte en sentido estricto. Lo que hay, eso es seguro, es ese asombro ingenuo y primitivo de quien la mira, esa llama que iluminó la carita de la primera humanidad y que hoy languidece en las frías salas de tantos museos.

Mirador del Tranco

Desde el mirador del Tranco se ven las casas de Manzanares, el embalse de Santillana y, al fondo, Madrid.

En busca del Elefantito, vamos a acercarnos al aparcamiento del Tranco, a 2,5 kilómetros de Manzanares El Real, para subir por la escalera que bordea por la derecha el restaurante Casa Julián y seguir trepando por la senda de las Carboneras, que está señalizada con trazos de pintura blanca y amarilla. Esta trocha, brusca y zigzagueante como un rayo, no nos dará una tregua hasta llegar en media hora al rellano conocido como el mirador del Tranco, donde podremos tomarnos un respiro con la mirada puesta en el castillo de Manzanares y el embalse de Santillana, un bello cuadro realzado por los canchos de la Pedriza, que le sirven de artístico marco.

A una hora del inicio, alcanzaremos un segundo rellano, la Gran Cañada, una pradera de más de un kilómetro de longitud, con pasto muelle y arroyo bullidor, por la que vamos a avanzar a mano derecha, hacia el este, para desviarnos 400 metros después a la izquierda por la vaguada de las Cerradillas. Aunque no está señalizado el camino, tampoco tiene pérdida: solo hay que seguir el mentado arroyo aguas arriba, por una vereda evidente, hasta coronar, cumplida una hora y media de marcha, el alto donde descuella la peña del Elefantito. Observando el fino detalle con que están labradas su trompa, sus orejotas y su abultada frente, convendremos en que la naturaleza es una magnífica escultora, casi tan buena como haciendo originales de carne y hueso.

Tras admirar la pasmosa viveza de este Dumbo pedricero (solo le falta baritar), continuaremos de frente por la misma vereda, ahora en suave descenso, hasta desembocar en la cercana senda Maeso. Por este histórico sendero, muy tortuoso pero bien marcado con señales blancas y amarillas, descenderemos con franco rumbo sur para atravesar de nuevo la Gran Cañada y pasar al rato junto al inconfundible Caracol, lento como la roca de que está hecho.

En tres horas, a contar desde el inicio, nos plantaremos en el collado de la Cueva, el cual separa la Pedriza grande y salvaje del pequeño macizo periférico del Alcornocal. Será el momento de dejar la senda Maeso, que sigue bajando hacia Manzanares El Real, para desviarse a la derecha por una trocha que lleva directamente al Tranco bordeando la Cara del Indio, otra de las obras con título significativo que expone la naturaleza en el museo de la Pedriza. Una advertencia: en este último tramo, que está sin señalizar (solo hay un hito en el arranque de la trocha), es fácil perder el camino y caer en la tentación de atajar por la máxima pendiente hacia las casas más cercanas, que son los bungalós del camping El Ortigal. Mala idea. La trocha buena va perdiendo suavemente altura, sin apartarse mucho de la base de los riscos, mientras que los atajos conducen inexorablemente hacia la triple alambrada del camping, que no tiene nada que envidiar a la valla de Melilla. Avisado queda.

Senda Maeso

Poco después de rebasar el Elefantito, se entronca con la senda Maeso, que lleva de vuelta a Manzanares.

Cómo llegar. Manzanares El Real dista 53 kilómetros de Madrid. Se va por la autovía de Colmenar Viejo (M-607), desviándose por la carretera M-609 en el kilómetro 35 y luego por la M-608 a la izquierda. El aparcamiento del Tranco se encuentra a 2,5 kilómetros del casco urbano, subiendo por la avenida de la Pedriza. Hay que madrugar, porque se llena enseguida. Datos de la ruta. Itinerario circular de 7 kilómetros y unas 4 horas de duración, con un desnivel acumulado de 450 metros y una dificultad media. No es muy duro, pero carece de señalización en algunos tramos. Más información. En el Centro de Visitantes de La Pedriza (918 539 978).

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