Un viaje por el mundo aparentemente estático del ajedrez, de Álava a Pekín, pasando por la Suecia medieval donde el caballero cruzado Antonius Block juega su última partida con la Muerte. Ajedreces vivientes y ajedreces gigantes. Ciudades del ajedrez, museos del ajedrez y un hotel donde los ajedrecistas se sienten como en casa: el Gran Hotel Lakua de Vitoria-Gasteiz.
A primera vista, no hay nada menos viajero que dos hombres sentados durante horas delante de un tablero de ajedrez, silentes e inmóviles como estatuas. Puede que, como dijo Omar Jayyam y repitió Borges, el ajedrez sea un símbolo del mundo, ese tablero de negras noches y blancos días donde el destino nos mueve a su capricho. Pero más allá de ese metafórico periplo vital, que acaba con todas las piezas amontonadas en el estuche “de la nada sin nombre”, cuesta ver en este juego sedentario algún aspecto viajero, algo que incite a recorrer el vasto y variado mundo, el de verdad. Salvo, claro está, que uno sea un gran maestro internacional y se pase la vida viajando de torneo en torneo.
Un examen más detenido, sin embargo, nos revela todo lo contrario. El propio origen del juego (en India, según unos; en Persia, según otros) y su difusión desde el mundo árabe a Europa, vía Al-Andalus y cruzadas, y al Lejano Oriente, siguiendo la ruta de la Seda, no pueden excitar más nuestra imaginación de viajeros. Imaginamos las 32 piezas avanzando como una caravana minúscula e incesante por los desiertos y montañas de Asia Central e imaginamos (como hizo Italo Calvino en Las ciudades invisibles) a Marco Polo jugando con Kublai Kan al ajedrez, el único lenguaje que ambos compartían. Imaginamos a Alfonso X el Sabio ojeando en su palacio de Toledo el Libro del ajedrez, dados y tablas, que el mismo había mandado fazer, e imaginamos a los reyes nazaríes absortos ante aquel tablero de nogal taraceado que hoy se exhibe en la sala VI del museo de la Alhambra.
Luego están los lugares donde se vive con pasión este juego, como Schachdorf Ströbeck (Alemania), que es casi un pueblo tématico (hay un torneo internacional, un museo, un ajedrez viviente…) y cuyo escudo es un tablero; como Elistá (Rusia), donde se han celebrado varios campeonatos mundiales y el ajedrez es asignatura obligatoria en las escuelas primarias; o como Beer Sheva (Israel), donde hay más de mil grandes maestros, la mayor concentración de ellos en todo el planeta. Es famoso el ajedrez viviente de Marostica (Italia), en cuya plaza principal se disputa desde 1454 una partida con figuras humanas que sirvió en su origen para dirimir un litigio amoroso entre dos jóvenes nobles. Al igual que son célebres en España las partidas vivientes que se desarrollan en Montblanc (Tarragona), Lorca (Murcia), Xàbia (Alicante) y Zafra (Badajoz), población, esta última, que fue la cuna de Ruy López de Segura (1540-1580), primer gran teórico y campeón mundial de la cosa.
Interminable es la lista de ajedreces gigantes que pueblan los parques del mundo. Solo en Europa recordamos haberlos visto en el parque Bethmann de Frankfurt (Alemania), en el Parc des Bastions de Ginebra (Suiza), en el Lindenhof de Zúrich (Suiza) y en plaza Leidseplein de Amsterdam (Holanda), muy cerca, por cierto, del Centro Max Euwe, un museo dedicado al ajedrez. Y también lo es (interminable) la nómina de monumentos en que aparece algún elemento del juego. Un ejemplo cercano es la torre de los Ajedreces, en la iglesia mudéjar de San Martín, en Arévalo (Ávila), que luce tres tableros de cal y ladrillo en cada una de sus cuatro caras. Uno lejano, la iglesia de Täby (Suecia), donde se halla la pintura La muerte jugando al ajedrez, de Albert Målare (1440-1507), que inspiró a Ingmar Bergman la famosa escena del caballero Antonius Block en la película El séptimo sello.
Un lugar muy vinculado al ajedrez que hemos tenido el gusto de visitar recientemente es el Gran Hotel Lakua, en Vitoria-Gasteiz (Álava). Es la sede del club Buztinzuri y acoge el Open Internacional de Ajedrez de Vitoria-Gasteiz, que este año llegará a su octava edición (del 24 al 31 de julio). De forma paralela, el Gran Hotel Lakua albergará durante la segunda mitad de julio el festival Expochess, donde además de diversas exposiciones (de pintura, fotografía, xilografía, filatelia…, todas ellas relacionadas con el ajedrez), se celebrará el I Congreso Internacional por la Igualdad de las Mujeres en el Ajedrez. Porque el ajedrez, como el brandy Soberano, es cosa de hombres (solo hay una mujer entre los 100 mejores jugadores del mundo) y eso es algo que tiene que cambiar. Otra noble causa en la que los vitorianos son pioneros es en explorar las propiedades terapéuticas del ajedrez. El director médico de la Red de Salud Mental de Álava, Fernando Mosquera, un psiquiatra apasionado por este juego, ha dirigido un programa piloto con personas con patologías duales (varias adicciones y trastornos psicopatológicos) que ha obtenido resultados esperanzadores, ya que los participantes han conseguido reducir su impulsividad (un aspecto clave para evitar recaídas) y mejorar su memoria y su rapidez mental. También se ha visto que el ajedrez les acostumbra a tomar decisiones y aumenta la unión y el respeto entre los miembros del grupo. No será un jaque mate a las adicciones, como han dicho alegremente algunos, pero es una jugada prometedora.
Al margen del ajedrez, el Lakua es un hotelazo de cinco estrellas (el único de la capital alavesa), con spa y buena cocina vasca. Y está en Vitoria-Gasteiz, cuyos atractivos turísticos son infinitos. No vamos a contarlos ahora porque sería tan largo y pesado como la partida de ajedrez que enfrentó a Yedael Stepak y Mashian Yaakov en Tel Aviv en 1980 (la más larga de la historia: 24 horas y media). Además, ya los hemos contado en el reportaje Vitoria, días de clorofila y vino, en la Guía Repsol.
Interesante y muy evocador. No deje de escribir nunca, Sr. Campos. Leyéndole a usted se vive más que viajando.