Atrapados en la luna de miel

El laberinto de la luna de miel

La luna de miel es una trampa, un laberinto que conduce inexorablemente a una playa con cocoteros.

Milenios de evolución social y seguimos enredados en esa telaraña pegajosa, en ese laberinto cuya única salida parece ser un viaje caro, cursi y previsible a una playa enmarcada por cocoteros. ¿Cuál es el origen de esa trampa? ¿Viajaban ya nuestros bisabuelos de recién casados a Punta Cana? ¿En cuánto está el récord mundial de viaje de novios más prolongado?

Sobre el origen de la expresión luna de miel existen casi tantas teorías como variedades de miel. Una de ellas, la que más nos divierte, dice que en la antigua Roma había la costumbre de que la madre de la novia llevase todas las noches a los recién casados una jarra con miel para que repusiesen fuerzas y que esa dulce aunque nada excitante intromisión en la alcoba nupcial, más propia de un cuidador de osos que de una suegra, se prolongaba durante una luna, o sea un mes. De ser esto cierto, nada tendría de extraño que las parejas de tórtolos hubiesen decidido desde tiempos remotos abandonar el nido a la primera oportunidad, poniendo unas cuantas leguas de por medio con la señora de la jarra.

Mientras esto sucedía en el cálido y civilizado Mediterráneo, en el norte de Europa se dedicaban a raptar a la zagalas en plan cavernícola, ocultándose con ellas en un escondite del que sólo informaban al mejor amigo –el padrino– y del que no salían hasta que la familia de las rapiñadas daba el “sí, quiero”; ellas, al parecer, no tenían boca. Y se cuenta que por esos mismos bárbaros pagos, en la península de Jutlandia, a la sazón habitada por los teutones, éstos consumían durante la primera luna o mes de casados ingentes cantidades de hidromiel a fin de obtener un hijo varón, pues se suponía que esta bebida alcohólica a base de agua y miel era afrodisíaca. Más que las suegras romanas, seguro.

Sea cual sea el origen de la luna de miel, lo que importa es que ya tenemos a nuestros recién casados –por la fuerza o de grado– sentados en un carro con el cartel de Just married y una ristra de cacerolas colgando de la zaga, y aún no sabemos a dónde vamos.

En 1910, nuestra bisabuela Úrsula Sánchez, natural de Santorcaz, un pueblecito de Madrid lindante con la Alcarria de Guadalajara, se montó con su flamante marido, no en un carro, sino en un burro, y se fue a pasar la luna de miel a Anchuelo, otro pueblecito situado a cuatro kilómetros escasos de distancia en el que no hay nada que ver –salvo una columna donde cayó un rayo y se mató con su caballo un tal Pedro Chivo–, protagonizando el viaje de boda más breve, austero e inexplicable de cuantos hayamos tenido noticia. Es un caso claro de “Contigo, pan y cebolla”, o pan y gachas, que era lo que se comía (y aún se come) en Anchuelo. Y si no miente la ley de Thomas sobre la Felicidad del Matrimonio (“la duración de un matrimonio es inversamente proporcional a la cantidad gastada en la boda”), cabe inferir que fueron extraordinariamente dichosos.

Un siglo más tarde, las estadísticas nos dicen que cada nuevo matrimonio español dedica al viaje nupcial una media de 4.500 euros, la segunda partida en importancia del gasto total de la boda por detrás del banquete (19.000 euros) y por delante del traje de la novia, que, con todos sus complementos, sale por unos 2.000. Nos gustaría poder decir que esos 4.500 euros se invierten en explorar lejanías como Alaska o Mongolia, pero lo cierto es que los recién casados viajan en manada a Cancún, Punta Cana, Varadero…, lugares tan previsibles, tópicos y manoseados que hacen que hasta Anchuelo, con su simplicidad a prueba de turistas, nos parezca exótico.

Más originales, ciertamente, son las perspectivas viajeras de los matrimonios gays, para los que algunas agencias disponen de folletos específicos de lunas de miel con destinos como Ibiza, Sitges, Mykonos, Londres, Tailandia, San Francisco… Aún así, el número de lugares a los que los recién casados del mismo sexo pueden viajar despreocupadamente, demostrándose su amor en público con absoluta naturalidad, es bastante limitado. Lo es por la homofobia que aun impera en buena parte del mundo y, más concretamente, por las leyes que castigan la homosexualidad en 80 países, incluida Jamaica, tan permisiva para otras cosas. Viajar dos hombres de la mano (o dos mujeres) por África está muy complicado, y no digamos ya por la península Arábiga.

Otra moderna variante de la luna de miel convencional, ésta originaria de Estados Unidos, es la llamada procreation vacation, un paquete turístico concebido para parejas que ansían quedarse embarazadas, donde entran en juego masajes, pociones estimulantes y mucho rélax, además, claro es, de lo que uno y otra tienen que poner de su parte. Y luego están los que, deseosos de alargar las blanduras y caprichos de la honeymoon hasta el infinito, se apuntan a la baby-moon, el último viaje antes de dar a luz, que incluye regalos prenatales, tratamientos de belleza para embarazadas y menús uterinos, los cuales, básicamente, consisten en que la futura mamá coma de puro antojo.

Aunque, puestos a alargar la luna de miel, nadie como Eneko Echebarrieta y Miyuki Okabe. Eneko, vitoriano, conoció a Miyuki, japonesa, en Brasil, mientras daba la vuelta al mundo en bicicleta, aventura que le llevó cuatro años. De regreso en Vitoria, se casaron, pero en lugar de buscarse un trabajo serio (como le recomendó George Bush al cineasta Michael Moore), se compraron una bicicleta tándem y, después de conseguir que su proyecto Acercando el Mundo fuera incluido dentro de la Campaña del Milenio de Naciones Unidas, se pusieron nuevamente a dar pedales por el orondo orbe a principios de 2005 con la sana, solidaria y algo exagerada intención de no parar hasta 2015. Tres años y pico después, en junio de 2008, Miyuki se quedó embarazada y la pareja hubo de abandonar por el bien del futuro hijo, pero aún así, el suyo fue un tremendo viaje y, también, una tremenda luna miel, probablemente la más larga de la historia.

Quienes pensamos que la luna de miel es una ñoñez insoportable, además de una ramplonería, una ranciedad y un dispendio, tenemos además otro argumento al que recurrir en caso de debate, y es que nadie quiere pasar por ella dos veces porque, como advirtió Noel Clarasó, “para repetirla, han de suceder cosas muy desagradables”.

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3 respuestas a Atrapados en la luna de miel

  1. Mi mujer y yo ya llevamos más de 10 meses de luna de miel, en la que recorrimos 7 países y aún nos quedan muchos más. http://www.facebook.com/mochilasdemiel

  2. Rodrigo dijo:

    Hola Andrés; soy un feliz admirador de tu buen escribir. Te leí por primera vez al proyectar un mirador para el Collado de la Dehesilla, en la Pedriza. Lo llamé la Torre de la Mora, en honor de esa bella leyenda sobre la que tú disertaste en algún lugar. Si te interesa el proyecto en sí, puedo mandarte un pdf.

    Ahora mismo estoy con la duda de si eres el mismo Andrés Campos que se ha presentado a la alcaldía de Torrent…

    Al margen de ello, conozco una referencia histórica para la luna de miel aún más antigua y ancestral que lo de la suegra romana (algunos dicen que en alemán suegra se dice ‘storbo’). Con independencia de lo ideológico, a mí me parece muy hermosa:

    ‘Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra y en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó’. (Deuteronomio 24:5)

    Como estudiante de arquitectura estoy muy habituado a sufrir la materialización triste y exasperante de mentalidades aristocráticas en convencionalismos culturalmente impertinentes. Pero aún así, la luna de miel, al menos como concepto (no necesariamente asociado al despilfarro y al turismo industrial), no creo que pueda ser nunca un patrimonio del mundo burgués; más bien de la humanidad. Lo contrario pienso, de hecho, que sería una concesión demasiado generosa a ese sector social.

    Me parece hermosa esta ley veterotestamentaria por el contexto; la sencilla razón de que fue promulgada en la época de las grandes gestas militares del pueblo hebreo. Imagínate, en ese tiempo salir a combatir físicamente contra el enemigo era una de las formas más, digamos, rotundas de expresar respeto y entrega a Dios; y sin embargo, al recién casado Dios le manda quedarse en casa, ¡en tiempo de guerra! ¡Cuando existían mil y una razones de peso para no rehuir la llamada del deber! ¡La lucha por la supervivencia nacional!

    Es que el deber estaba en casa, en algo aparentemente tan nimio como alegrar a la mujer con la que uno se acaba de casar, en algo tan ¿nimio? como completar al menos una rotación alrededor del Sol junto a tu niña, con hijos en camino o sin ellos.

    Podrías sentirte tentado a hacer la observación de que a lo mejor simplemente se trataba de asegurar el relevo generacional, pero conozco a Dios y he visto este patrón de prioridades en muchos otros episodios, en lo conceptual simétricos con éste, como la inyectiva de 1ª Timoteo 5:8, esta vez neotestamentaria: “Quien no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, es peor que un incrédulo”. ¿Habla sólo de comida, o también de sustento emocional, vamos de amor?

    En fin, en alguna parte Jesús dijo que no hay mandamiento mayor que amar a Dios y al prójimo, o más bien que en esos dos mandamientos se resumen y condensan todos. No me extraña que Dios se cuidase de dejarlo claro muchos años antes de personarse en la corteza de esta bola de fuego, costra que tú pateas y en la que yo incrusto edificios. Porque si algo he aprendido de mi relación con Dios, es que no ha existido ni existirá jamás cosa más sagrada que el amor.

    Mis respetos,
    Rodrigo

  3. Inma Gutiérrez dijo:

    ¿Se me acepta un largo y pedante comentario? Me ha llamado la atención la falta de información en español y una es carne de hemeroteca venida a menos. Ahí va:
    Aunque puedan buscarse antecedentes del viaje de novios en el Antiguo Régimen, cuando las parejas de la nobleza partían de viaje para visitar sus tierras (las de la dote de la novia, imagino), la tradición del mencionado viaje nace en la Inglaterra de principios del XIX y es, a su vez, algo copiado de las clases altas de la India. Y de un modo casi simultáneo, a partir de 1820, se extiende por Francia con ese nombre, Voyage à la façon anglaise, y se hace habitual durante la Belle Époque, cuando comienza a denominársele Voyage de noces (Viaje de bodas).
    Reservado, claro está, a la burguesía es el primer momento de intimidad de la pareja, razón por lo que en un principio no dejó de ser una práctica polémica desde el punto de vista del buen gusto. La exhibición del momento de iniciación sexual de la esposa no resultaba en modo alguno protocolario. Algo más tarde, todavía debió contar con la oposición de la clase médica si el viaje se prolongaba en exceso, dado que, debidamente disfrutado, debía culminar en embarazo con las consiguientes dificultades que podían derivarse de las condiciones del viaje. Se llega a afirmar incluso, hasta mediados del XX que el aspecto del niño podía depender de lo que su madre hubiera visto durante su embarazo.
    Según tradiciones y peculios, podía tratarse de una breve estancia en el campo, en alguna casa familiar, o de un viaje al extranjero. En este caso, los destinos predilectos eran la Costa Azul e Italia. Ciudades presuntamente románticas y, siempre, sur, sol y mar, como acicates de la sensualidad. Las compañías ferroviarias se percataron del filón y dispusieron trenes más que confortables para su clientela: El Riviera Express, el Còte-d’Azur Rapide o el Dauphiné-Savoie-Expresso. Los hoteles se adaptaron igualmente e incluyeron en su oferta la consabida Suite nupcial. Para algunos, la popularización del viaje de novios señala el comienzo del turismo de masas.
    Todo lo anterior se refiere a Francia, porque he bebido hasta hartarme de la Wikipédie. Para España, tendré que hacer una lectura diagonal de unos cuantos clásicos del XIX a ver si saco algo en claro.

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