Soria machadiana (I): el poeta, la niña y la muerte

Monumento a Machado y Leonor

Monumento a Machado y Leonor junto a la ermita del Mirón, donde el poeta solía ir con su mujer enferma.

Días pasados comenzó la segunda temporada del tren Campos de Castilla, una ruta ferroviaria y literaria que permite a los viajeros ver Soria con los ojos de los grandes escritores que pasaron por ella. Para apoyar esta feliz iniciativa, vamos a recordar al más famoso de ellos, Antonio Machado, y los cinco años que vivió en la ciudad castellana (1907-1912). En una segunda entrega recorreremos los lugares que frecuentó, incluido, ¡ay!, el cementerio donde yace Leonor.

En 1912 Machado publicaba Campos de Castilla, el libro que lo consagraba como un gran poeta, y perdía a Leonor, lo que más quería. Cinco años antes, el joven y aún desconocido autor de Soledades había llegado a la estación de Soria, ligero de equipaje, sin sospechar que esta ciudad castellana iba a hacerle latir el corazón más fuerte que ningún otro lugar del mundo y rompérselo en mil pedazos.

Por qué Machado eligió Soria, nadie lo sabe. Baeza y Mahón eran otras vacantes que podía haber escogido el 4 abril de 1907, cuando aprobó las oposiciones para profesor de lengua francesa. La ciudad andaluza, para un sevillano, parecía la mejor opción. Pero él explicaba, entre veras y burlas, que poco antes se había estrenado El genio alegre, de los hermanos Quintero, y que alguien le había recomendado: “Vaya usted a verla: en esa comedia está toda Andalucía”. Machado fue. “Y me dije: si es esto de verdad Andalucía, prefiero Soria”. Hacía casi 24 años que se había mudado con su familia a Madrid, cuando era un niño de ocho. En un plato de la balanza, debió de poner sus “recuerdos de un patio de Sevilla”. En el otro, “veinte años en tierra de Castilla”. Quizá fue determinante la proximidad a la capital, donde tenía todo lo que quería: familia, amigos, vida cultural… Soria está a 250 kilómetros de Madrid. Baeza, a más de 300. Y Mahón… Vaya usted a saber a cuánto está Mahón.

Instituto Antonio Machado

Instituto Antonio Machado, donde el poeta enseñaba francés. Y la prueba de que nunca suspendía a nadie.

El viaje de Madrid a Soria tampoco es que fuera un paseo. Machado lo pudo comprobar enseguida, al trasladarse para tomar posesión de su puesto: salió de la estación madrileña de Atocha a las ocho de la tarde del 30 abril y llegó a su destino a las seis de la mañana del día siguiente, después de haber hecho transbordo de madrugada en Torralba del Moral, cerca de Medinaceli. Pero esto, que para otros era un suplicio, para él era un placer. Machado estaba hecho, casi más que para la poesía, para los largos viajes en ferrocarril: “Yo, para todo viaje / ­­–siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera–, / voy ligero de equipaje. / Si es de noche, porque no / acostumbro a dormir yo, / y de día, por mirar / los arbolitos pasar, / yo nunca duermo en el tren, / y, sin embargo, voy bien.”

Peor acomodo iba a hallar un joven culto y liberal como él en una ciudad tan chica (7.000 habitantes) y conservadora, capital de una provincia agrícola y ganadera, cuyas únicas distracciones eran tres periódicos bisemanales, tres casinos y tres cafés en los que no se hablaba más que de brutales asesinatos e incendios provocados, baldones del depauperado campo soriano de aquella época. Una ciudad casi invisible para el resto del mundo, a la que la Guía Baedeker de España y Portugal dedicaba un solo párrafo, a pesar de sus numerosos templos románicos y del claustro de San Juan de Duero, ruina la más romántica del país. Una ciudad venida a menos, empequeñecida más si cabe por la sombra legendaria de la cercana Numancia, cuyos restos estaban siendo excavados a la sazón por el arqueólogo alemán Adolf Schulten: “¡Muerta ciudad de señores / soldados o cazadores; / de portales con escudos / de cien linajes hidalgos, / y de famélicos galgos, / de galgos flacos y agudos, / que pululan por las sórdidas callejas, / y a la medianoche ululan, /  cuando graznan las cornejas!”.

Antes que como un gran poeta –que, aunque lo era, aún no tenía fama de tal–, Machado se reveló como un buen profesor; o, mejor dicho, como un profesor bueno, que jamás suspendía a ninguno de sus alumnos, pues, como sus maestros de la Institución Libre de Enseñanza, aborrecía los exámenes y la memorización de datos estériles, que nada aportaban al desarrollo del individuo. A pocos pasos del Instituto, en la calle Estudios esquina con Teatinos, se hallaba la pensión de Ceferino Izquierdo e Isabel Cuevas, a donde Machado se trasladó en diciembre, dos meses después de comenzar el curso, forzado por el cierre de la que hasta entonces lo había hospedado. Pronto simpatizó con la hija mayor de los dueños, Leonor. ¿Le recordaría aquella niña de 13 años a su hermana Cipriana, fallecida a los 14? Es posible. ¿Y pudo ella ver en aquel hombre sensible de 32 al buen padre que no tenía, pues Ceferino, guardia civil retirado, era de genio áspero y empinaba el codo? También.

Ermita de San Saturio

Ermita de San Saturio, junto al Duero, a donde el tímido Machado paseaba siguiendo de lejos a Leonor.

En abril de 1908 Machado fue nombrado vicedirector del Instituto. Cualquiera diría (cualquiera que no lo conociera) que se estaba integrando en la sociedad soriana. Publicaba poemas y artículos en la prensa local (sobre todo, en Tierra Soriana, con cuyo redactor jefe, José María Palacio, acabaría teniendo una entrañable relación). Asistía con asiduidad al Círculo de la Amistad, el casino reservado para el estado llano. Y daba largos paseos, como un soriano más, por la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, donde poco a poco iban brotando, como nuevos álamos al arrimo del río, los versos de Campos de Castilla, los que le harían famoso. Pero lo cierto es que Machado estaba deseando escapar de allí y que, si no se animaba a hacerlo, es porque bebía los vientos por Leonor.

¿Y qué podía hacer para declararse un tímido tan tímido, tanto que no osaba acercarse a Leonor cuando esta paseaba con sus tías y hermanos por la orilla del Duero, sino que la seguía de lejos? Pues lo que hizo: dejar con cuidadoso descuido estos versos, para que ella los leyera: “Y la niña que yo quiero, / ¡ay!, preferirá casarse / con un mocito barbero”. Parece ser que, en efecto, había un barbero que la pretendía, pero la niña prefirió al poeta. Y también sus padres, que consintieron en la boda con la condición de que no se celebrara hasta julio de 1909, cuando ella hubiera cumplido 15.

“El día de mi boda –le confesó Machado años más tarde en una carta a Pilar de Valderrama– fue para mí un verdadero martirio”. La víspera del enlace, uno de los tíos de Leonor le espetó al novio: “No olvide usted que mi sobrina es una niña”. “Lo sé –le contestó Machado– y no lo olvido”. A la ceremonia, que tuvo lugar el 30 de julio en la iglesia de Santa María la Mayor, en la Plaza Mayor, asistieron “gentes desocupadas” atraídas por una “insana curiosidad”, y tras ella, “unos cuantos jóvenes ineducados faltaron al respeto debido a todo el mundo”. Los entrecomillados son de la crónica que publicó Tierra Soriana, donde se da a entender que la unión de dos personas de edades tan distintas disparó el morbo y que hubo quien acudió con la única intención de aguar la fiesta.

Cementerio del Espino

Los ángeles de piedra del cementerio del Espino velan el sueño eterno de Leonor, el ángel de Machado.

Seguro que aquello no acrecentó las pocas ganas que Machado tenía de quedarse. Ya nada lo retenía, salvo su trabajo, y el 10 de marzo de 1910 solicitó una beca a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas para estudiar un año en París. Mientras llegaba la respuesta, siguió con sus clases y con la composición de Campos de Castilla. De una excursión que hizo aquel verano a las fuentes del Duero, en la sierra de Urbión, saldría La tierra de Alvargonzález. No de golpe, claro, porque los poemas de Machado tardaban meses, años incluso, en adoptar la forma definitiva.

El 18 de diciembre, la Gaceta de Madrid anunciaba que a D. Antonio Machado y Ruiz, catedrático del Instituto de Soria, se le había concedido una pensión de un año, a partir del 1 de enero de 1911, “para hacer estudios de Filología Francesa en Francia, con 350 pesetas mensuales, 500 para viajes y 200 para matrículas”. París era un sueño para Machado, un sueño que le iba a ofrecer la posibilidad de asistir a las clases del filósofo Henri Bergson y estrechar la amistad con Rubén Darío. Pero un sueño que, una vez hecho realidad, se tornó la peor de las pesadillas cuando, el 14 de julio, en plena fiesta nacional francesa, Leonor vomitó sangre: “Una noche de verano / –estaba abierto el balcón / y la puerta de mi casa– / la muerte en mi casa entró. / Se fue acercando a su lecho / –ni siquiera me miró–, / con unos dedos muy finos, / algo muy tenue rompió”. La tuberculosis, como le diría después Antonio Machado a su madre, les había “herido como un rayo en plena felicidad”.

De regreso en España, en septiembre de 1911, la salud de Leonor pareció mejorar, pero el crudo invierno soriano volvió a postrarla, de ahí que, al llegar la primavera, la pareja decidiera trasladarse de la casa de los padres de ella, donde se había instalado tras la boda, a otra en las vecindades de la ermita del Mirón, uno de los lugares más altos y ventilados de la ciudad, donde no faltaba el aire puro que los médicos siempre recomendaban en estos casos. Mariano Granados, que fue alumno de Machado en el Instituto, nunca olvidaría la escena que se repitió aquellos días en “el paseo del Mirón, amplio balcón entresolado que domina toda la ciudad y el hocino del Duero. Allí está don Antonio. Pero ahora empuja el cochecito donde afilada, fina, casi transparente, toma el sol Leonor, con su tez pálida y su belleza quebradiza, y sus manos exangües y la mirada infantil, un poco asombrada, de sus ojos que miraban ya desde la profundidad de sus ojeras”. Machado, con la excusa de contemplar mejor el paisaje, se alejaba lo suficiente de la tapia soleada junto a la que reposaba la enferma en su cochecito y lloraba sin que ella lo advirtiera, sin afectación, sin consuelo.

Iglesia de Santo Domingo

Machado, al que decían hereje y masón, acompañaba a Leonor a la iglesia románica de Santo Domingo.

En abril de 1912 se publicó Campos de Castilla, con inmediato éxito de ventas y entusiasta acogida de la crítica. En un abrir y cerrar de ojos, Machado pasó de ser el poeta casi anónimo de Soledades a la voz lírica más señera de la Generación del 98. El poema A un olmo seco, fechado ese mismo año, sugiere que pudo haber habido una mejoría momentánea de Leonor. Pero, el 1 de agosto, la muerte le asestó el último guadañazo y se la llevó a hacer compañía a los ángeles de piedra del cementerio del Espino. “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.

Antonio Machado partió el 8 de agosto, en el tren de la noche. Su próximo destino académico sería Baeza. Tan sólo regresaría a Soria unas horas, 20 años más tarde, cuando lo nombraron hijo adoptivo de la ciudad. Pero donde quiera que estuviese, su corazón siempre volvía a ella, para estar con ella. “En Córdoba la serrana, / en Sevilla marinera / y labradora, que tiene / hinchada, hacia el mar, la vela; / y en el ancho llano / por donde la arena sorbe / la baba del mar amargo, / hacia la fuente de Duero / mi corazón ¡Soria Pura!  / se tornaba… ¡Oh, fronteriza / entre la tierra y la luna! / ¡Alta paramera / donde corre el Duero niño, / tierra donde está su tierra!”. La tierra de Leonor, claro.

Cómo ir. El tren Campos de Castilla (Madrid-Soria-Madrid) circula 12 fines de semana desde mayo hasta noviembre. El viaje, de dos días de duración, incluye, además del tren, una degustación de productos típicos sorianos, amenización teatral a bordo, traslado en autobús y visita a la ermita de San Saturio y San Juan de Duero, recorrido guiado por el centro histórico de Soria (iglesia de Santo Domingo, Instituto Antonio Machado y casino Círculo de la Amistad), visita a la Laguna Negra y al yacimiento arqueológico de Numancia, pasaporte para promociones y descuentos en bares de tapas, restaurantes y comercios, y una noche en hotel de 2 o 4 estrellas, con desayuno incluido. El precio es de 105 euros por persona (en hotel de 2 estrellas) o de 120 euros (en hotel de 4 estrellas). Reservas. Soria Vacaciones (975 232 252). Más información. Turismo de Soria (975 212 052).

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6 respuestas a Soria machadiana (I): el poeta, la niña y la muerte

  1. Elena dijo:

    Soy una soriana afincada en Canarias y me ha emocionado esta lectura. Gracias, Andrés. Deseo hacer este viaje, y en ese tren, por mi amada tierra. !Hasta pronto!

  2. Pilar dijo:

    Vale la pena perder unos minutos para leerlo: me ha gustado la descripción de Machado en Soria.

  3. Almudena dijo:

    Me ha encantado. A veces hacemos pereza de leer.. En este caso, bien vale ocupar unos minutos de nuestro tiempo en hacerlo.

  4. Elvira dijo:

    Magnífica exposición y descripción del tiempo en que Machado vivió en Soria. Mucho ha cambiado desde entonces, y para mejor. Creo que es un buen motivo para visitarla.

  5. Jesús Bárez Iglesias dijo:

    Gracias, Andrés. Esto sí que es viajar “al interior” y poner el dedo (digital) en lo que importa. Espero veros de nuevo por aquí. Un abrazo.

  6. Inma dijo:

    ¡Me ha encantado, Andrés, como no podía ser menos! Publico la entrada en el grupo que tengo con mis alumnos de bachillerato que han leído este curso a Machado, con más pena que gloria y por obligación. Me alegra encontrarme tus entradas. ¡Muchas gracias!

    Y volviendo al quid, nunca he visitado Soria en primavera. Y decía el poeta que era muy hermosa aunque tardara.

    Un besico.

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