Ocho cosas que hacer en Cerler (Huesca) si odias el esquí

Campanario de la iglesia de Cerler

Cerler, antes que estación de esquí, fue (y es) un bonito pueblo de montaña, con una iglesia del siglo XVI.

A tu pareja, a tus hijos y a tus amigos les chifla esquiar, pero a ti te repatea desde que tienes uso de razón y llevas rezongando dos semanas porque te toca acompañarlos a la estación de Cerler, en el Pirineo aragonés. No podemos ayudarte a superar tu trauma, porque esto no es un blog de psicología, pero podemos decirte qué puedes hacer en Cerler para sufrir lo menos posible e incluso pasarlo bien. De entrada, la cosa cambia, y mucho, si se elige un buen hotel.

1.No salir del hotel. Es una opción un poco radical, pero no mala, sobre todo si se está alojado en el hotel HG Cerler. Tiene una gran fachada acristalada, ideal para sentarse detrás, con una cerveza en la mano, y estarse el día entero admirando este paisaje grandioso, donde se alza el 80 por ciento de los picos de más de 3.000 metros que hay en la Península (incluido el Aneto, que con 3.404, es el techo del Pirineo) y brilla la mitad de los glaciares que aún no se han derretido con el calentamiento global. En la zona de relax del spa, contemplando el mismo panorama, se está todavía mejor.

2.Descubrir Cerler (el pueblo). Cerler es una estación de esquí tan famosa, que a menudo la gente olvida que Cerler también es un pueblo, un viejo y encantador pueblecito de piedra y pizarra, el más alto del Pirineo (1.540 metros), con una iglesia del siglo XVI, algunas casas blasonadas y calles estrechas donde el sol apenas hace su trabajo y es fácil darse un talegazo con el hielo. Parada obligada en Casa Cornel, que es la más antigua de lugar (del siglo XII, según dicen) y, desde 2001, un hotel familiar con muchísimo encanto y con un restaurante, La Solana, donde después de comer un plato de lentejas con costilla y chorizo y otro de longaniza de Graus con huevos y patatas fritas, ya no se siente nunca más el frío. Otro buen restaurante, y más barato, es la Borda del Mastín (Obispo s/n; 974 551 207), cuyos fuertes son las setas, la sopa de cebolla y las carnes a la brasa.

Forau de Aiguallut

En la cascada del Forau de Aiguallut, el agua que brota del glaciar del Aneto brinca y se la traga la tierra.

3.Ponerse morado de vino y gin-tonics. Lo mejor del esquí, para alguien a quien no le gusta esquiar, es lo que se hace después. O sea, el après-ski. ¿Por qué se dice en francés? Nous ne savons pas. Lo que sí sabemos es que, en Cerler, el templo del après-ski es la cafetería Remáscaro, que está pie de pista y ofrece, gratuitamente, vino caliente los lunes, chocolate los martes y conciertos y sesiones de música en directo cada fin de semana. El DJ residente se llama Capi y toca el saxo. Consultar la programación. También se puede tomar un buen gin-tonic, de los de toda la vida (sin pepino ni otras zarandajas), en la Borda del Mastín, que además tiene billar, dardos y futbolín.

4.Buscar un tesoro pirata. Si somos niños o viajamos con ellos, una buena manera de no morirnos de aburrimiento es buscar los tesoros que hay escondidos bajo la nieve. Se supone que unos piratas subieron un día con un cofre lleno a reventar de ellos hasta la parte más alta de la estación, lo cual es absurdo, pero no más que muchas otras cosas que se les cuentan a los niños y que se hacen en una estación de esquí. El caso es que el cofre se les cayó a los piratas por la pendiente nevada y se llenó todo de joyas y monedas de oro, las cuales hay que buscar con la ayuda del mapa que facilitan en las oficinas de atención al cliente de Cerler 1.500 o de la Cota 2.000.

5.Sacarse el carné de musher. Al igual que en la mili había quien aprovechaba para sacarse el carné de conducir y mitigar así la tremebunda pérdida de tiempo que era todo aquello, en Cerler (en el Sector Ampriu, para más señas) hay quien se entretiene aprendiendo a guiar un trineo tirado por una manada enloquecida de lobos (o de huskies siberianos, que son lo más parecido). Al final, le entregan un diploma que le acredita como musher aventurero valiente. No es para menos. Además de práctica, hay teoría: el osado aspirante a musher aprende la leyenda de Panuk, el lobo blanco que se convirtió en el mejor compañero del hombre, y todos los secretos de los perros nórdicos, desde su origen hasta el color de sus ojos, pasando por sus costumbres o el significado de su permanente sonrisa. Comparada con otras licencias, ésta es una ganga (18 euros) y encima hay descuentos para grupos (cuatro personas por el precio de tres). Es necesario reservar llamando al 638 332 859.

Benasque

Iglesia renacentista de Santa María la Mayor, en Benasque, la capital del valle, muy próxima a Cerler.

6.Conducir una moto de nieve. También en el Sector Ampriu, hay un circuito acondicionado de 12 kilómetros para conducir con toda seguridad motos de nieve. Las alquila Sleds Cerler, que además ofrece excursiones guiadas por diferentes zonas de la estación, subiendo a los collados de Basibé o Sarrau para contemplar las espectaculares vistas del Aneto o la puesta de sol tras el macizo de Posets. Otra opción son las salidas nocturnas, que incluyen la posibilidad de cenar durante el recorrido. Esto hay que hacerlo con luna llena, a poder ser.

7.Visitar la Chamonix de los Pirineos. A seis kilómetros de Cerler se encuentra Benasque, la capital del valle, conocida por su gran ambiente invernal y montañero como la Chamonix de los Pirineos. Pese al estirón que ha pegado en las últimas décadas, conserva un coqueto núcleo antiguo de callejas angostas, casas de piedra gris y tejados de pizarra gruesa cual pavimentum de calzada romana. Allí descuellan la iglesia renacentista de Santa María la Mayor, el palacio de los condes de Ribagorza (siglo XVI), la casa de Marcial Río (siglo XVII), la solariega casa pirenaica de Faure y la infanzona de Juste (siglo XV), ésta con gran torreón almenado. Tres paradas imprescindibles: el Centro de Interpretación del Parque Natural Posets-Maladeta, la legendaria tienda de material de montaña Barrabés y el restaurante El Fogaril, del Hotel Ciria, donde triunfan los platos de caza.

8.Pasear con raquetas de nieve. En Llanos del Hospital, a 13 kilómetros de Benasque, arranca el Camí dels Aranesos, un viejo sendero que comunicaba este valle oscense con el leridano de Arán y que es idóneo para andar por el monte con raquetas de nieve, contemplando docenas de picos que superan los 3.000 metros de altura. A cinco kilómetros del inicio (o unas dos horas de andar) se llega al Forau de Aiguallut, un forau u hoyo natural, grande como un estadio, donde las aguas recién nacidas de los hielos montanos (arriba se ve cabrillear el glaciar del Aneto) se cuelan bajo tierra tras una estrepitosa cascada. Lo más curioso de este sumidero kárstico es que no devuelve las aguas al mismo valle, sino que las envía subterráneamente al vecino de Arán, en la vertiente atlántica, siendo las únicas del Pirineo aragonés que no van al Mediterráneo a través del Ebro. Cosa de magia. En Llanos del Hospital se alquilan las raquetas y se ofrecen paseos guiados con ellas.

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