Tren Eléctrico de Cercedilla (Madrid): caballo perdedor (I)

Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama (Cercedilla, Madrid)

Miles de madrileños descubrieron de niños la sierra de Guadarrama a través de las ventanas del Eléctrico.

Desde hace 88 años este caballo de hierro corre (bueno, trota) por la sierra de Guadarrama. Es tradicional y ecológico, pero Renfe no apuesta por él: reducción de plazas, supresión de paradas, tarifas excesivas… Los vecinos han creado la Plataforma en Defensa del Tren Eléctrico de Cercedilla (ver manifiesto). Nosotros lo defendemos divulgando su muy larga y curiosa historia.

El 12 de julio de 1923, al frisar las siete de la tarde, un aullido que no era de este mundo resonó en el cóncavo de Siete Picos y, antes de que los pastores hubieran acabado de santiguarse, se hizo tren en el puerto de Navacerrada. Gracias a las revistas ilustradas de la época, podemos hoy reconstruir el minuto surrealista en que los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, el obispo de Madrid-Alcalá, el ministro de Fomento, el gobernador civil de Madrid, el director de Agricultura y otras autoridades se apearon en mitad de la nada y, pues no había dónde brindar por la inauguración del ferrocarril, encendieron unos pitillos –el rey fumaba asaz– y se marcharon.

Casi 90 años después, el puerto de Navacerrada no lo reconoce ni la madre que lo parió, pero el tren de vía estrecha proyectado por el ingeniero José de Aguinaga y Kéller sigue siendo, en sustancia, el mismo armatoste entrañable que aullaba a 30 kilómetros por hora en las tardes de lobos de la sierra. En tiempos de alta velocidad y levitación magnética, el Eléctrico –como lo conocen todos los amantes de la sierra del Guadarrama– mantiene viva la épica del ferrocarril, la épica también de aquellas jornadas montañeras que empezaban de gran mañana en Cercedilla y terminaban, si es que terminaban, como el rosario de la aurora.

Lean, si no, el escrito dirigido por Antonio de Luna García, presidente del Patronato del Puerto de Navacerrada, al ministro de Obras Públicas en abril de 1951, porque es de toma pan y moja: “Si el ferrocarril eléctrico contase con un quitanieves se evitarían las interrupciones de tráfico hoy por desgracia tan frecuentes, el dejar a los viajeros a 6 ó 7 kilómetros del final del trayecto de noche y en plena borrasca, y espectáculos que tanto dañan al deporte y al turismo y permiten establecer comparaciones vejatorias para nuestro país –como ha ocurrido en reciente revista extranjera– como los sucedidos a primeros del pasado mes al ex-rey Humberto de Italia y a la actriz internacional Anna-Bella, que tuvieron que ser bajados a Cercedilla en trineo improvisado con cajones de pescado, o a la marquesa de Villaverde el sábado 10 de febrero, en que el tren de las 11 de la mañana arrancó a las cuatro de la tarde y llegó al puerto [de Navacerrada] tras mil penalidades a las siete, teniendo que dejar en la estación intermedia de Siete Picos a otro tren de oficiales del ejército que se dirigían a los cursos de esquí, y en la estación de Cercedilla al resto de dichos oficios y a cien viajeros que, después de aguardar ateridos a la llegada del único coche motor útil desde las cuatro de la tarde a las 10 de la noche, hora en que se incendió el cuadro de comunicaciones de la estación de Cercedilla por contacto de la línea telefónica con la de alta por una falsa maniobra del motor que descendía del puerto, sólo pudieron regresar a Madrid a las 12 de la noche”.

Antes de que se inaugurara este trenecito de vía estrecha, todavía era peor. Guadarrama era entonces “la Sierra gris y blanca” de Machado, “la Sierra de mis tardes madrileñas / que yo veía en el azul pintada”, una línea en el horizonte que sólo cuatro majaretas –profesores, alumnos y amigos de la Institución Libre de Enseñanza, sobre todo– osaban cruzar. Uno de aquellos pioneros, Manuel González de Amezúa, nos ha dejado este simpático relato de cuando subía a patinar (aún no se decía esquiar) a las laderas del Ventorrillo, no lejos del puerto de Navacerrada, con unas tablas de madera que le habían proporcionado unos noruegos que regentaban una serrería en la sierra: “En aquellos años [primera década del siglo], el único transporte posible desde Madrid era el tren que nos dejaba en aquel lugar solitario y desierto llamado Cercedilla, desde donde nos trasladábamos a pie hasta el Ventorrillo. El servicio ferroviario de aquel tiempo era escaso, lento y muy espaciado, con un material deplorable, sin calefacción, comunicación entre coches ni ninguno de los adelantos modernos. El viaje de ida llevaba tres horas largas, y el de vuelta, había de hacerse dejando Cercedilla muy temprano. Sin embargo, qué entusiasmo el nuestro que, a pesar de todo ello, iniciábamos la áspera subida a la casilla de peones camineros del Ventorrillo, dejando impúnemente las prendas que nos estorbaban colgadas de las ramas de los árboles, en la seguridad de encontrárnoslas a nuestro regreso… Años más tarde, el tendido del ferrocarril eléctrico al puerto de Navacerrada puso este lugar tan aislado hasta entonces al alcance de los bolsillos más modestos y de los excursionistas más comodones, contribuyendo con esa facilidad a hacerlo tan vulgar e insoportable, particularmente en las épocas de nieve, que ya hoy hay que pensar en buscar otros parajes”. Comoquiera que la subida al Ventorrillo era penosísima, y se pasaba junto al viacrucis del antiguo cementerio de Cercedilla, y –para más inri– aquellos esforzados trepaban con las tablas cargadas sobre los hombros, a su camino le llamaron el atajo del Calvario. Y a fe que lo era.

Así de fatigados andaban los exploradores de la sierra cuando, el 5 de junio de 1917, se constituyó el Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, con el propósito primero de construir un ferrocarril de vía estrecha entre Cercedilla y el puerto de Navacerrada, para lo cual se efectuó un depósito inicial de ocho mil pesetas. (Continuará. Información práctica, al final de la segunda parte).

 

Desde hace 88 años este caballo de hierro corre (bueno, más bien trota) por la sierra de Guadarrama. Es tradicional y ecológico, pero Renfe no apuesta por él: reducción de plazas, supresión de paradas, tarifas exorbitantes… Los vecinos han creado una Plataforma en Defensa del Tren Eléctrico de Cercedilla (ver manifiesto). Nosotros queremos colaborar recordando su larga historia. Más que la de Renfe (1941), por cierto.

El 12 de julio de 1923, al frisar las siete de la tarde, un aullido que no era de este mundo resonó en el cóncavo de Siete Picos y, antes de que los pastores hubieran acabado de santiguarse, se hizo tren en el puerto de Navacerrada. Gracias a las revistas ilustradas de la época, podemos hoy reconstruir el minuto surrealista en que don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia, el obispo de Madrid-Alcalá, el ministro de Fomento, el gobernador civil de Madrid, el director de Agricultura y otras autoridades se apearon en mitad de la nada y, pues no había dónde brindar por la inauguración del ferrocarril, encendieron unos pitillos –el rey fumaba asaz– y se fueron.

Casi 90 años después, el puerto de Navacerrada no lo reconoce ni la madre que lo parió, pero el tren de vía estrecha proyectado por el ingeniero don José de Aguinaga y Kéller sigue siendo, en substancia, el mismo armatoste entrañable que aullaba a 30 kilómetros por hora en las tardes de lobos de la sierra. En los tiempos de la alta velocidad y de la levitación magnética, el Eléctrico –como lo conocen todos los amantes de la sierra del Guadarrama– mantiene viva la épica del ferrocarril, la épica también de aquellas jornadas montañeras que empezaban de gran mañana en Cercedilla y terminaban, si es que terminaban, como el rosario de la aurora.

Lean, si no, el escrito dirigido por don Antonio de Luna García, presidente del Patronato del Puerto de Navacerrada, al ministro de Obras Públicas en abril de 1951, porque es de toma pan y moja: “Si el ferrocarril eléctrico contase con un quitanieves se evitarían las interrupciones de tráfico hoy por desgracia tan frecuentes, el dejar a los viajeros a 6 ó 7 kilómetros del final del trayecto de noche y en plena borrasca, y espectáculos que tanto dañan al deporte y al turismo y permiten establecer comparaciones vejatorias para nuestro país –como ha ocurrido en reciente revista extranjera– como los sucedidos a primeros del pasado mes al ex-rey Humberto de Italia y a la actriz internacional Anna-Bella, que tuvieron que ser bajados a Cercedilla en trineo improvisado con cajones de pescado, o a la marquesa de Villaverde el sábado 10 de febrero, en que el tren de las 11 de la mañana arrancó a las cuatro de la tarde y llegó al puerto [de Navacerrada] tras mil penalidades a las siete, teniendo que dejar en la estación intermedia de Siete Picos a otro tren de oficiales del ejército que se dirigían a los cursos de esquí, y en la estación de Cercedilla al resto de dichos oficios y a cien viajeros que, después de aguardar pacientemente y ateridos a la llegada del único coche motor útil desde las cuatro de la tarde a las 10 de la noche, hora en que se incendió el cuadro de comunicaciones de la estación de Cercedilla por contacto de la línea telefónica con la de alta por una falsa maniobra del motor que descendía del puerto, sólo pudieron regresar a Madrid a las 12 de la noche”.

Antes de que se inaugurara este trenecito de vía estrecha, todavía era peor. Guadarrama era entonces “la Sierra gris y blanca” de Machado, “la Sierra de mis tardes madrileñas / que yo veía en el azul pintada”, una línea en el horizonte que sólo cuatro majaretas –profesores, alumnos y amigos de la Institución Libre de Enseñanza, sobre todo– osaban trasponer. Uno de aquellos pioneros, Manuel González de Amezúa, nos ha dejado este simpático relato de cuando subía a patinar (aún no se decía esquiar) a las laderas del Ventorrillo, no lejos del puerto de Navacerrada, con unas tablas de madera que le habían proporcionado unos noruegos que regentaban una serrería en Cercedilla: “En aquellos años [primera década del siglo], el único transporte posible desde Madrid era el tren que nos dejaba en aquel lugar solitario y desierto llamado Cercedilla, desde donde nos trasladábamos a pie hasta el Ventorrillo. El servicio ferroviario de aquel tiempo era escaso, lento y muy espaciado, con un material deplorable, sin calefacción, comunicación entre coches ni ninguno de los adelantos modernos. El viaje de ida llevaba tres horas largas, y el de vuelta, había de hacerse dejando Cercedilla muy temprano. Sin embargo, qué entusiasmo el nuestro que, a pesar de todo ello, iniciábamos la áspera subida a la casilla de peones camineros del Ventorrillo, dejando impúnemente las prendas que nos estorbaban colgadas de las ramas de los árboles, en la seguridad de encontrárnoslas a nuestro regreso… Años más tarde, el tendido del ferrocarril eléctrico al puerto de Navacerrada puso este lugar tan aislado hasta entonces al alcance de los bolsillos más modestos y de los excursionistas más comodones, contribuyendo con esa facilidad a hacerlo tan vulgar e insoportable, particularmente en las épocas de nieve, que ya hoy hay que pensar en buscar otros parajes”. Comoquiera que la subida al Ventorrillo era penosísima, y se pasaba junto al viacrucis del antiguo cementerio de Cercedilla, y –para más inri– aquellos esforzados trepaban con las tablas cargadas sobre los hombros, a su camino le llamaron el atajo del Calvario. Y a fe que lo era.

Así de fatigados andaban los exploradores de la sierra cuando, el 5 de junio de 1917, se constituye el Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, con el propósito primero de construir un ferrocarril de vía estrecha entre Cercedilla y el puerto de Navacerrada, para lo cual se efectúa un depósito inicial de ocho mil pesetas. (Continuará).

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3 respuestas a Tren Eléctrico de Cercedilla (Madrid): caballo perdedor (I)

  1. Coché dijo:

    Buenísimo, Andrés. La foto me ha encantado también. Me quedo con ganas de leer la continuación.

  2. andrescampos dijo:

    Es verdad lo que dice Pepo en su anterior comentario. El Eléctrico no es sólo un medio de transporte. Es un habitante más de la sierra de Guadarrama, un vecino casi nonagenario que la gente ve pasar con respeto y admiración, a pesar de que corta el tráfico en Cercedilla cada vez que lo hace. No, la sierra no sería la misma sin su traqueteo y su lejano pitido. El día que deje de sonar, y sólo se oigan los aviones y los coches, será otro barrio más de la periferia de Madrid.

  3. Pepo dijo:

    Yo escribí hace la tira de años en mi columna en Sierra de Madrid un artículo sobre el descubrimiento de la nieve por mi sobrina, entonces una pequeña de dos o tres años. Vuelvo regularmente ahora con mis hijos y no me resigno a dejar de escuchar, en el silencio verde de Los Camorritos, el traquetreo del tren en su ascensión (o descenso) hacia Cotos. Nos encanta esperar su paso, saludar a los viajeros y después seguir cosechando moras en los zarzales próximos a la vía. La Sierra no sería igual sin este tren. Por cierto, magnífica la foto y su tratamiento, Andrés.

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